Por el verano de
esos años todo era lento, las personas deambulaban perdiendo el
tiempo, las ansias de trabajo y la cesantía estabas altísimas. Los
perros tiñosos seguían a los drogadictos que buscaban otra dosis.
El aire se tornaba
irrespirable a ratos, el sol hacía formarse a lo lejos verdaderos
espejos, casi como cuadro de desierto. A momentos se escuchaban las
radios cercanas, con los noticieros del momento y música de algún
país extranjero con una ranchera bastante mal tocada.
Y allí estaba yo,
bueno, nosotros, dos, charlando de cosas que poco importan para el
común de la sociedad, el tiempo pasaba a pasos de caracol, cuando
nos quedabamos mirando el uno al otro, y de cuando en cuando nos
envolvíamos en conversaciones sin fin, sin inicio, todo era tan
interesante, los colores, los animales, los cuadros, el arte, la
música, la poesía, el alcohol nunca se apareció en mi imaginación,
menos las drogas, bueno, antes rara vez cuando los colegas llegaban
festejando a mi puerta, pero esta vez todo era pulcro.
Ella era especial,
no por su aspecto físico, un poco a mal traer, ni por su sonrisa que
me decía que algo malo había ocurrido tiempo atrás. No, nada de
eso. Nuestro conocimiento era totalmente distinto, yo, amante de
literatura rusa, americana, de Bukowski o Dostoievski, contra su
gusto por las novelas de las tardes, por reír por cualquier cosa, era
el cientificismo contra el dejarse llevar. Mala mezcla, nunca predije
que algo no iría bien. Pero por primera vez sentí eso que los
humanos llaman cariño, o amor, sepa qué es, o como definirlo.
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Pronto pasó el
tiempo, llegó el otoño, sus hojas se tranformaron en crujientes
galletas las que pisoteábamos como niños preescolares, nada había
cambiado, la fuerza de aquello indescriptible que nos unía parecía
estar ahí, como una vela que nunca se apaga, como barco sin destino
el que navega solo por los siete mares. Y allí seguía nuestra
callecita, unas cuanta personas murieron en el intertanto, varios
animales se perdieron por cambiarse de “casa”, un par de
drogadictos murieron por la angustia propia de su vicio, y allí
seguíamos nosotros, mirándonos fijamente, suspirando y haciendo
planes como locos de película, los que no tienen interés por nada
más, sólo un techo, un perro y un hijo. Y la misma calle que nos
vio darnos el primer beso, ahora era testigo de lo que vendría en
camino.
Las cosas
siguieron su curso natural, las personas casi me agradaban, casi me
sentía parte de la sociedad, ¿estaba yo cumpliendo con mi función
social, más hermosa para los literatos y revistas de kioskos? ¿o
estaba siendo víctima de ese sentimiento tan difamado y entrometido
el que llaman amor? Ni el Dalai Lama podría ser capaz de
explicármelo.
Para mí solo era
lo cual llamaré “embobamiento”, nada más importaba, incluso
llegué a creer en el destino, en el futuro y en todo cuanto me
contaban las ancianas del asilo de mi abuela, las que oía con
demasiada quietud y atención, cabe destacar que la mayoría
falleció, en la más pura tranquilidad e inmensidad del silencio que
reina en dichos lugares, pero de eso no quiero hablar más. Todo
comenzó a ennegrecerse.
Pasó el tiempo,
gentes que se mudaban, gentes que llegaban, y ahí estábamos,
sentados en la asolera, esperando a nadie, pero con un nuevo
integrante que no avisó su llegada, nuestra querida Paz, era una
persona en miniatura, de las mejores que pude conocer, de hecho jamás
sentí atracción a comunicarme con niños y esas cosas de profesores
y gente empática, pero ella era distinta, quizá porque era mi hija,
quizás porque recordé luego de muchos años que soy humano, y que
puedo sentir, amar y odiar. Y así el lazo, el cordón fue perdiendo
su fuerza, sumado a agentes externos que poco ayudaron a unificar la
comunicación, poco a poco fueron puliendo la piedra, la que nunca
pensamos que podría derruirse.
Y así todo se
apagó, como un cigarro que agoniza en cualquier cenicero de bar, con
una interesante conversación; algo ya no andaba, los colores
volvieron a ser grises, las palabras eran casi contadas con una mano
las que salían de mi boca, y el asco al resto de las gentes volvía,
esta vez con más fuerza que hace un par de años, ¿quizá esa es mi
verdadera escencia como ser humano?, asocial por naturaleza, o algo
no funciona bien en el centro de empatía en mi cabeza, vaya a saber
quien! (quizás Daniel Goleman y su jodida Inteligencia Emocional,
vaya mierda, sólo sirve para aborregarte un poco más y aceptar con
el culo lavado las patadas que te da el resto)
Las canciones que
solía escuchar en los tiempos dorados ya no me producían nada, a
veces es jodido esto, pues te pones a pensar en todo el tiempo que
desgastaste en lucir bien, en ser amable, en dar el paso, en ser
cortés, en ser lo que el resto quiere que seas solo para agradar,
vaya mierda, en cuantos amigos dejaste, pero ¿de que sirven las
lágrimas ahora?
Sólo me queda
recordar aquella callecita gris, que ahora es negra, con un nuevo
asfalto, las mismas personas, que no saludan y ese aire de verano me
hace apagar el cigarrillo, levantarme y echarme a andar.
Talvez algún día
podamos volver a ser, lo que solíamos ser sin ser nada.
verano, 14'