sábado, 12 de agosto de 2023

Otro Tren

Y aquí me veo nuevamente. En otra despedida. Otro tren. Miro al cielo y respiro profundo. Es una sensación extraña. No hubo despedidas. Ni abrazos, ni un te quiero. Aquí me encuentro con lágrimas en los ojos y un nudo en la garganta. Quizá sea lo mejor. Quien sabe. Lo que alguna vez pudo ser y sólo se quedó en una fatal proyección de un libro de desarrollo familiar, en donde todo tiene un pronóstico, y todo está preconcebido. Apuro el cigarro americano y me acomodo los botines.

Miro la carretera y me apoyo en la ventana. Ya no hay razón de mirar atrás. Tal vez lo que se aproxima puede ser mil veces superior a los tornasoles páginas de ese capítulo llamado “juventud en éxtasis”. 

Quizás pienso demasiado.

El derrumbe de la sociedad. La caída del imperio. La inteligencia artificial. Lo instantáneo. Lo efímero.

Los perdones no fueron expresados. No se dijo lo que estuvo guardado durante décadas. Ahí junto al pájaro azul de Bukowski habitaban los más tiernos sentimientos y emociones.


Quizá sea el momento de abrirles la rendija. Ahora quizá logren ver el cielo. Y las nubes. La lluvia y el mar. El desierto y el silencio otoñal.

La primavera de nuestras vidas.

El legado y la herencia.

El conflicto entre hermanos. La envidia entre primos. 

La violencia del abuelo y la herida de los nietos.

La ruptura. El quiebre.

La nueva vida.

El inicio.

El fin. 



sábado, 7 de diciembre de 2019

Quizás mañana


Y aquí estamos de nuevo.

Un cigarro de tabaco mal armado entre los dedos, un vaso de cerveza a medio beber, medio tibia, sin espuma, que me pregunta ¿acaso es mi culpa?

Las mismas canciones suenan en la radio,  viejos tres acordes, baterías a dos tiempos, las voces roídas por el mal vivir, las canciones de nuestras vidas. Somos ratas, nos inmiscuimos en su sistema, en su quehacer, en sus instituciones, en su apariencia, en su basura. Queremos verlas arder, ver como se derrumban y que las cenizas asciendan en un zigzagueo poético.

Y aquí estamos de nuevo. Comiendo mierda.

Pero algo extraño hay en ese sabor. Es una mierda buena.

Todo cambio -por lo que se presupone- conlleva dificultades, dolor, ansias, esfuerzo. Yo no lo intento.

Por vez primera me dejo llevar al caos. Por vez primera no me siento a analizar el qué, porqué, cómo y cuándo –la pesadilla del periodista-. ¿Será que estamos más ‘grandes’? ¿Será que la madurez es esto que tanto hablaban los viejos –patéticos- de antaño?

No. 

Ya has comido mierda más fuerte. Ya has estado en la mierda antes.

Has estado preso. Has compartido con putas, presos, maricones, narcos, adictos, gitanos recién salidos del encierro, has traficado, has estado en peleas de bar, callejeras, de barras bravas; has estado al borde de la muerte –al menos tres veces-, tienes 5 huesos desviados, 5 fracturas a tu haber; y una sonrisa de la putamadre.

Has peleado contra la policía. Te han dejado lleno de moretones.

Has sufrido por amor –como nunca antes-, cada despedida fue una estaca directo al corazón. Vaya resaca.


Y aquí estás. Alegre. Vivaz. Observas como arde tú alrededor.

Y te ríes. Miras la hora, y partes –tarde- al trabajo.

Mañana quizás. Mañana tal vez.

sábado, 25 de marzo de 2017

CADENAS

Ya me has "dejao" 
ya me has "dejao" 
Hiciste bien. 
Es imposible soportar 
a un pequeño anarquista 
"encadenao" 


Poema del libro de Manolillo Chinato (Puerto de Béjar, 31 de dic. de 1952), página. 58, titulado "Amor, Rebeldía, Libertad y Sangre".

martes, 16 de agosto de 2016

Esa loca sensación la cual nos invade en cuerpo y alma, y nos hace olvidar lo mierda que es el mundo, las personas, las cosas... ese sentimiento del cual no se necesita de diez años, o tan sólo un par de meses, puesto que si éste es real, tangible, mientras dos sonrisas se conecten, las miradas hablen, y los pensamientos se encuentren, perdurará cual roble duro de quebrar, el cual con cada día, y mes que pasan cimienta con mayor fuerza sus raíces sobre la tierra, no importa lo seca que esté, ni las tempestades que estén por venir, puesto que eso es, ni más ni menos; respeto, cariño, el cuidarse, protegerse, promoverse, apoyarse, ser compañeros, amantes, confidentes, niños, adultos, animales... así y todo hay gentes, mentes y almas que necesitan de caerse varias veces con la misma piedra, para entender finalmente que aquello es lo que les detiene su andar, y no les permite seguir, crecer, ver, vivir y amar en libertad; y las hay, por el contrario, otras que la vida ya les ha enseñado, a palos qué es lo que se debe conservar y atesorar, y qué es lo que ha de enterrarse bajo tierra, para que no les nuble el camino ni envenene sus pensamientos.



Sabio es el tiempo, así tambien las coincidencias.




"Es al separarse cuando se siente y se comprende la fuerza con que se ama." Fiódor Mijáilovich Dostoievski

jueves, 13 de febrero de 2014

Otra calle vacía



Por el verano de esos años todo era lento, las personas deambulaban perdiendo el tiempo, las ansias de trabajo y la cesantía estabas altísimas. Los perros tiñosos seguían a los drogadictos que buscaban otra dosis.

El aire se tornaba irrespirable a ratos, el sol hacía formarse a lo lejos verdaderos espejos, casi como cuadro de desierto. A momentos se escuchaban las radios cercanas, con los noticieros del momento y música de algún país extranjero con una ranchera bastante mal tocada.

Y allí estaba yo, bueno, nosotros, dos, charlando de cosas que poco importan para el común de la sociedad, el tiempo pasaba a pasos de caracol, cuando nos quedabamos mirando el uno al otro, y de cuando en cuando nos envolvíamos en conversaciones sin fin, sin inicio, todo era tan interesante, los colores, los animales, los cuadros, el arte, la música, la poesía, el alcohol nunca se apareció en mi imaginación, menos las drogas, bueno, antes rara vez cuando los colegas llegaban festejando a mi puerta, pero esta vez todo era pulcro.

Ella era especial, no por su aspecto físico, un poco a mal traer, ni por su sonrisa que me decía que algo malo había ocurrido tiempo atrás. No, nada de eso. Nuestro conocimiento era totalmente distinto, yo, amante de literatura rusa, americana, de Bukowski o Dostoievski, contra su gusto por las novelas de las tardes, por reír por cualquier cosa, era el cientificismo contra el dejarse llevar. Mala mezcla, nunca predije que algo no iría bien. Pero por primera vez sentí eso que los humanos llaman cariño, o amor, sepa qué es, o como definirlo.


Pronto pasó el tiempo, llegó el otoño, sus hojas se tranformaron en crujientes galletas las que pisoteábamos como niños preescolares, nada había cambiado, la fuerza de aquello indescriptible que nos unía parecía estar ahí, como una vela que nunca se apaga, como barco sin destino el que navega solo por los siete mares. Y allí seguía nuestra callecita, unas cuanta personas murieron en el intertanto, varios animales se perdieron por cambiarse de “casa”, un par de drogadictos murieron por la angustia propia de su vicio, y allí seguíamos nosotros, mirándonos fijamente, suspirando y haciendo planes como locos de película, los que no tienen interés por nada más, sólo un techo, un perro y un hijo. Y la misma calle que nos vio darnos el primer beso, ahora era testigo de lo que vendría en camino.

Las cosas siguieron su curso natural, las personas casi me agradaban, casi me sentía parte de la sociedad, ¿estaba yo cumpliendo con mi función social, más hermosa para los literatos y revistas de kioskos? ¿o estaba siendo víctima de ese sentimiento tan difamado y entrometido el que llaman amor? Ni el Dalai Lama podría ser capaz de explicármelo.

Para mí solo era lo cual llamaré “embobamiento”, nada más importaba, incluso llegué a creer en el destino, en el futuro y en todo cuanto me contaban las ancianas del asilo de mi abuela, las que oía con demasiada quietud y atención, cabe destacar que la mayoría falleció, en la más pura tranquilidad e inmensidad del silencio que reina en dichos lugares, pero de eso no quiero hablar más. Todo comenzó a ennegrecerse.

Pasó el tiempo, gentes que se mudaban, gentes que llegaban, y ahí estábamos, sentados en la asolera, esperando a nadie, pero con un nuevo integrante que no avisó su llegada, nuestra querida Paz, era una persona en miniatura, de las mejores que pude conocer, de hecho jamás sentí atracción a comunicarme con niños y esas cosas de profesores y gente empática, pero ella era distinta, quizá porque era mi hija, quizás porque recordé luego de muchos años que soy humano, y que puedo sentir, amar y odiar. Y así el lazo, el cordón fue perdiendo su fuerza, sumado a agentes externos que poco ayudaron a unificar la comunicación, poco a poco fueron puliendo la piedra, la que nunca pensamos que podría derruirse.

Y así todo se apagó, como un cigarro que agoniza en cualquier cenicero de bar, con una interesante conversación; algo ya no andaba, los colores volvieron a ser grises, las palabras eran casi contadas con una mano las que salían de mi boca, y el asco al resto de las gentes volvía, esta vez con más fuerza que hace un par de años, ¿quizá esa es mi verdadera escencia como ser humano?, asocial por naturaleza, o algo no funciona bien en el centro de empatía en mi cabeza, vaya a saber quien! (quizás Daniel Goleman y su jodida Inteligencia Emocional, vaya mierda, sólo sirve para aborregarte un poco más y aceptar con el culo lavado las patadas que te da el resto)

Las canciones que solía escuchar en los tiempos dorados ya no me producían nada, a veces es jodido esto, pues te pones a pensar en todo el tiempo que desgastaste en lucir bien, en ser amable, en dar el paso, en ser cortés, en ser lo que el resto quiere que seas solo para agradar, vaya mierda, en cuantos amigos dejaste, pero ¿de que sirven las lágrimas ahora?

Sólo me queda recordar aquella callecita gris, que ahora es negra, con un nuevo asfalto, las mismas personas, que no saludan y ese aire de verano me hace apagar el cigarrillo, levantarme y echarme a andar.

Talvez algún día podamos volver a ser, lo que solíamos ser sin ser nada.

verano, 14'

jueves, 2 de mayo de 2013

Calle de muertos, época de muerte


Otra noche más, miro la hora sin susto, son las 2, gambeteo entre las aberturas que el tiempo ha dejado en estos viejos páramos donde la soledad ha derruido hasta el más duro asfalto y las cunetas, chuecas como haciendo ángulos de 45 grados hacia adelante albergan, en cuclillas amparados por la sombra nocturna, a las más extrañas criaturas que la sociedad hubiera podido vomitar; mientras yo, con un par de copas en el cuerpo, vuelvo del bar que ampara mis más profundos pensamientos y me hace sacar ese yo extraño pero cómico (bueno tragi-cómico) que solo suelo dar a conocer en ese antro, que por lo general lo frecuentan tipos solitarios y trabajadores alcohólicos sin mucha esperanza.

Volviendo al recuerdo, sigo el camino a mi hogar, a ese lugar tan pequeño y obsoleto, tan poco cuidado, como gritándome las vivencias y energías que he podido depositar en 22 años, de tiempos violentos, orgullo, de larguísimas tristezas, incluso algunas que aún no he podido olvidar, tiempos de gloria y también de  caídas, de las que, afortunadamente he podido sobrellevar y olvidar en viejos pasajes de mi memoria. Ese cuartucho, atiborrado de rayados de mi época de estudiante secundario; en donde vivía en un torbellino de experiencias, cada una superior a la otra, cada botella era de un licor más fuerte y cada droga se hacía menos blanda. Así cierro la puerta a duras penas, mirando un par de estrellas fosforecentes en mi techo, casi lo único en ese espacio que hace recordar mi infancia con nostalgia y un poco de felicidad; mirando a la niñez; ese momento tan inocente y a la vez tan acertado, en donde la mentira solo la decían los grandes y la verdad era tu única verdad. Hasta que de golpe despiertas.

Caigo sobre la cama, entre dormido y queriendo despertar, miro a la hora del reloj, ya son las 3, para mí la noche ya había empezado, pero debía terminar ahora, si no quería terminar con una rezaca de aquellas, o con un punzón atravezándome las tripas. En ese instante la conciencia deja mi cuerpo, y da paso a una vorágine de grises nubes en mi cerebro,  se adueña de mis pensamientos y de mis pesares, de mi felicidad y de todo cuanto la razón pueda sustentar. Entro en un estado de beligerancia entre lo que es real y lo que sólo es producto de mi imaginación, veo caras, paisajes, grises y blancos, gente que me mira con ojos grandes y oscuros, como muertos; animales extraños y personas que ya han sido parte, quiera o no de mi vida, edificios interminables y un sin fin de imágenes que solo puedo abstraer en ese instante. Todo es tan tranquilo, la epogé de mi vida está en este minuto, en este segundo en donde puedo tomar conciencia de ello y guardarlo en el archivador más fiable de mi ser.

Así termina otra noche, en la ruidosa capital, al oeste de la metrópoli, donde los olvidados son menos recordados a medida que los años los van envejeciendo, curtiendo y matando, de enfermedades, por alguna que otra sobredosis, o entre ellos, a puñaladas o disparos, ya da igual, el final será el mismo cada cierto tiempo, causa de la interminable violencia a la que día a día estamos expuestos. Somos muertos vivientes. Somos el presente de un futuro inexistente.

martes, 3 de abril de 2012

Ansiedad


Ansiedad, culpabilidad, arrepentimientos sin sentido ni objetivo, crisis, futuro, ya no hay tiempo para sentarse y decir: "esto puede esperar", ya todo esta tan cerca, muchas cosas ya he dejado atrás, otras las tengo frente a mí, intento e intento dejar un margen pero el tiempo pasa firme sin vacilar, no sirve perderse en el tiempo, ni escapar de lo que nos rodea, tal vez sea momento de dejar todo atrás, talvez sea la hora de afrontar, talvez todo sea venidero, o quizás sea mi peor decisión.

Los miedos se tornan cada vez más grises, nublando mis pensamientos, dejando poco espacio para razonar, para sonreír, aun asi camino firme, intentando no demostrar mi inseguridad, ante todo, ante todos. Los días pasan como horas, y las horas... bueno ya casi ni las siento.

Tiempo atrás todo era tan distinto (...) ¿donde quedaron esos atardeceres en las veredas? esas risas sin preocupaciones, tan reales, seguras, calidas. Quizas ya es momento de pensar como ellos, de actuar y vivir al ritmo de los demás, talvez así pueda mejorar. Talvez así pueda vivir... o, al menos, existir.

Un jovenzuelo jugándo a ser adulto, forzándose a vivir como uno más, pensando en un mismo futuro, una misma vida, quizas sea un cambio natural, incertidumbres caracteristicas de la edad, riesgos que hay que tomar.

Lo unico claro aca, es que hay que seguir, seguir viviendo como más a uno le acomode, sea muy simplista o de dificil entendimiento; y si, vendrán caminos escarpados y grandes penas, pero la mejor compañia es nuestro corazón, forzandonos a no caer, seguir nuestros propios objetivos, y que más da, mejor aun con la mejor compañia que un hombre pudiese tener...

Un día de Verano, donde todo solía fluir.