jueves, 13 de febrero de 2014

Otra calle vacía



Por el verano de esos años todo era lento, las personas deambulaban perdiendo el tiempo, las ansias de trabajo y la cesantía estabas altísimas. Los perros tiñosos seguían a los drogadictos que buscaban otra dosis.

El aire se tornaba irrespirable a ratos, el sol hacía formarse a lo lejos verdaderos espejos, casi como cuadro de desierto. A momentos se escuchaban las radios cercanas, con los noticieros del momento y música de algún país extranjero con una ranchera bastante mal tocada.

Y allí estaba yo, bueno, nosotros, dos, charlando de cosas que poco importan para el común de la sociedad, el tiempo pasaba a pasos de caracol, cuando nos quedabamos mirando el uno al otro, y de cuando en cuando nos envolvíamos en conversaciones sin fin, sin inicio, todo era tan interesante, los colores, los animales, los cuadros, el arte, la música, la poesía, el alcohol nunca se apareció en mi imaginación, menos las drogas, bueno, antes rara vez cuando los colegas llegaban festejando a mi puerta, pero esta vez todo era pulcro.

Ella era especial, no por su aspecto físico, un poco a mal traer, ni por su sonrisa que me decía que algo malo había ocurrido tiempo atrás. No, nada de eso. Nuestro conocimiento era totalmente distinto, yo, amante de literatura rusa, americana, de Bukowski o Dostoievski, contra su gusto por las novelas de las tardes, por reír por cualquier cosa, era el cientificismo contra el dejarse llevar. Mala mezcla, nunca predije que algo no iría bien. Pero por primera vez sentí eso que los humanos llaman cariño, o amor, sepa qué es, o como definirlo.


Pronto pasó el tiempo, llegó el otoño, sus hojas se tranformaron en crujientes galletas las que pisoteábamos como niños preescolares, nada había cambiado, la fuerza de aquello indescriptible que nos unía parecía estar ahí, como una vela que nunca se apaga, como barco sin destino el que navega solo por los siete mares. Y allí seguía nuestra callecita, unas cuanta personas murieron en el intertanto, varios animales se perdieron por cambiarse de “casa”, un par de drogadictos murieron por la angustia propia de su vicio, y allí seguíamos nosotros, mirándonos fijamente, suspirando y haciendo planes como locos de película, los que no tienen interés por nada más, sólo un techo, un perro y un hijo. Y la misma calle que nos vio darnos el primer beso, ahora era testigo de lo que vendría en camino.

Las cosas siguieron su curso natural, las personas casi me agradaban, casi me sentía parte de la sociedad, ¿estaba yo cumpliendo con mi función social, más hermosa para los literatos y revistas de kioskos? ¿o estaba siendo víctima de ese sentimiento tan difamado y entrometido el que llaman amor? Ni el Dalai Lama podría ser capaz de explicármelo.

Para mí solo era lo cual llamaré “embobamiento”, nada más importaba, incluso llegué a creer en el destino, en el futuro y en todo cuanto me contaban las ancianas del asilo de mi abuela, las que oía con demasiada quietud y atención, cabe destacar que la mayoría falleció, en la más pura tranquilidad e inmensidad del silencio que reina en dichos lugares, pero de eso no quiero hablar más. Todo comenzó a ennegrecerse.

Pasó el tiempo, gentes que se mudaban, gentes que llegaban, y ahí estábamos, sentados en la asolera, esperando a nadie, pero con un nuevo integrante que no avisó su llegada, nuestra querida Paz, era una persona en miniatura, de las mejores que pude conocer, de hecho jamás sentí atracción a comunicarme con niños y esas cosas de profesores y gente empática, pero ella era distinta, quizá porque era mi hija, quizás porque recordé luego de muchos años que soy humano, y que puedo sentir, amar y odiar. Y así el lazo, el cordón fue perdiendo su fuerza, sumado a agentes externos que poco ayudaron a unificar la comunicación, poco a poco fueron puliendo la piedra, la que nunca pensamos que podría derruirse.

Y así todo se apagó, como un cigarro que agoniza en cualquier cenicero de bar, con una interesante conversación; algo ya no andaba, los colores volvieron a ser grises, las palabras eran casi contadas con una mano las que salían de mi boca, y el asco al resto de las gentes volvía, esta vez con más fuerza que hace un par de años, ¿quizá esa es mi verdadera escencia como ser humano?, asocial por naturaleza, o algo no funciona bien en el centro de empatía en mi cabeza, vaya a saber quien! (quizás Daniel Goleman y su jodida Inteligencia Emocional, vaya mierda, sólo sirve para aborregarte un poco más y aceptar con el culo lavado las patadas que te da el resto)

Las canciones que solía escuchar en los tiempos dorados ya no me producían nada, a veces es jodido esto, pues te pones a pensar en todo el tiempo que desgastaste en lucir bien, en ser amable, en dar el paso, en ser cortés, en ser lo que el resto quiere que seas solo para agradar, vaya mierda, en cuantos amigos dejaste, pero ¿de que sirven las lágrimas ahora?

Sólo me queda recordar aquella callecita gris, que ahora es negra, con un nuevo asfalto, las mismas personas, que no saludan y ese aire de verano me hace apagar el cigarrillo, levantarme y echarme a andar.

Talvez algún día podamos volver a ser, lo que solíamos ser sin ser nada.

verano, 14'

No hay comentarios:

Publicar un comentario